3 de enero de 2010

Esta parte de mi vida se llama: Bañándome

Hay dos formas básicas de bañarse; con agua caliente o con agua fría.

Bañarse con agua caliente no implica ninguna clase de acostumbramiento, uno siente bien el agua desde que entra a la ducha o a la bañera, es entregarse a la comodidad, a la pereza, es saber que cierto calor en algún momento va a resultar insuficiente y vas a tener que subir la temperatura para mantener tu estado de tibieza y no sentir un golpe de realidad encarnado por el agua fría. El agua caliente te encierra en vapor, no te quiere dejar ir, hasta que uno termina casi sofocándose y por fuerza tiene que salir.

En cambio, bañarse con agua fría da tranquilidad. Al principio cuesta acostumbrarse, la piel se eriza y uno quiere escapar. Pero una vez que estás dentro del agua, no hay nada que haga que quieras salir. El agua fría purifica, te hace sentir más vos, no te sofoca. La piel no se te enrojece, los ojos no se te cansan, estás en paz.


Solía bañarme con agua caliente. Ahora opté por el agua fría.
¿Implicará también un cambio de actitud, o estoy sobrevalorando el acto de girar la canilla para el lado contrario?

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