25 de agosto de 2010

La piedra

Aparecí en la mitad de mi patio, de noche, corriendo.
Pero, ¿corriendo? No es tan grande como para ameritar una gran corrida. Y sin embargo, estaba cansada como si hubiese corrido muchas cuadras.
Había un chico, no recuerdo la cara, pero era oscura y desconocida. Los ojos plateados miraban como ausentes. En cierta forma me asustaba. Había un nene, una nena, o una mujer. Imposible ubicarlo. Y un lago en medio de mi patio, que de repente crecía. Un perro blanco y chiquito (¿Fideo?) dando vueltas.
Corriendo hacia el patio de atrás, mientras los otros, de alguna manera, me perseguían.
El cuarto de mis papás, mi papá contando que un médico brujo le encargó recuperar una vara cubierta de brea con una lengua humana en la punta que estaba en una cueva en Bariloche. Me lo estaban pidiendo a mi, ahora.
De nuevo corriendo por el patio, siento que mi mamá estaba por ahi. El chico desconocido trae a Fideo en brazos, y cuando lo suelta, el perro se duplica. Por algún motivo me asusto mucho.
Mi mamá me pregunta por el perro, por el chico y la mujer. Le digo que ya están idos, que cambiaron, que tenga cuidado.
Yo estaba buscando algo, de repente lo supe, y salté la pared hacia la casa de al lado. 
Un galpón, tenía que buscar la piedra. Pero el consejo de Magos estaba de un lado, y el consejo de Orcos del otro. No iba a salir en una pieza.
Entorno la puerta apenas, y ahi estaba la piedra. Común, corriente, decepcionante. Corro hasta la pared, me trepo con los brazos.
-Mamá, ¡tengo la piedra!
La tiro por encima de la pared, sin calcular el tiro.

Va a parar debajo de una silla de comedor, junto a una mesa a la que estaban sentados el chico, Fideo y la mujer. Mi mamá, en la otra punta, con los ojos plateados, me mira sin mirar.

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